Nazca sería nada más que una ciudad pequeña de 23.000 habitantes e
insignificante al lado de la ruta de la carretera Panamericana si no fuera por los
dibujos en la tierra. Pero así el turismo florece ya desde hace muchos años.
Varios hoteles y restaurantes les garantizan la vida a los habitantes. Agencias de viaje facilitan volar sobre el desierto.
Pero el nombre de Nazca no sólo simboliza las líneas. Aparte de estas, la cultura Nazca que se desarolló entre 200 a.C. y 800 d.C. en la costa del sur, nos dejó tejidos fantásticos y cerámicas adornadas de dibujos. Dichos tapices y pinturas, de colores de tierra
brillantes, muestran tanto escenas de la vida cotdiana como seres de un mundo mítico religioso.
Algunos de los motivos, como por ejemplo el del mono, se reencuentra en los jeroglíficos de la tierra del desierto.
Los costeños enterraron sus muertos enrollados en paños fúnebres, en posición fetal.
En la arena seca del desierto se momificaron muy bién, pero por desgracia muchas de las
necrópolis alrededor de Nazca fueron saqueadas.
Aparte de esto los habitantes de Nazca eran maestros en el arte del riego. Los ingeniosos sistemas de canales, en parte subterráneos, sirven hoy en día para la agricultura en los oasis de los ríos.
Desde 1994 existe el Museo María Reiche, al borde del desierto donde vivió durante mucho tiempo en una cabaña en condiciones muy pobres.
En un jardín al lado, se encuentra la tumba de la investigadora que murió a la edad de 95 años
en 1998, Lima.
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